Por Douglas Kries, Martes 11 de diciembre de 2018.
Tomado/traducido, por Jorge Pardo Febres-Cordero, de: https://www.thecatholicthing.org/2018/12/11/remembering-and-still-learning-from-solzhenitsyn/
Hoy se cumple el centésimo aniversario del nacimiento de Aleksander Solzhenitsyn, el autor ruso que, aunque debe ser clasificado como el escritor más importante del siglo pasado, no es ya muy conocido y, menos, entendido, por los cristianos en los Estados Unidos.
La madre de Solzhenitsyn quedó viuda antes de que él naciera, y los bolcheviques confiscaron la tierra de su familia. Ella se mudó a Rostov en busca de trabajo, y gran parte de la vida temprana de Solzhenitsyn transcurrió compartiendo su pobreza. Nacer en Rusia en 1918, sin embargo, significaba que uno pertenecía a la primera generación de la gloriosa Revolución Comunista, y las nuevas escuelas marxistas enseñaron al joven Solzhenitsyn que los principios del comunismo pronto conducirían al establecimiento de una época totalmente nueva y libre de maldad en la historia de la humanidad.
Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, Solzhenitsyn dejó la universidad en Rostov para servir como oficial en el ejército ruso. Fue arrestado repentinamente en 1945, por comentarios que hizo en una carta privada a un amigo, que se consideraron críticos con Stalin. Fue sentenciado a ocho años en el sistema de Campos Soviéticos; desde allí fue liberado a un exilio perpetuo en Kazajstán; luego, comenzó a escribir, basándose especialmente en las 12,000 líneas de poesía que había compuesto y memorizado en secreto en los campos.
En 1962, Solzhenitsyn pudo regresar a Rusia, pero no se atrevió a publicar o siquiera enviar sus manuscritos a los editores. Las señales de un deshielo cultural comenzaron a aparecer bajo Jruschov. Solzhenitsyn se arriesgó a enviar, anónimamente, una larga historia sobre un solo día en la vida de un prisionero de un solo campo a un diario literario llamado Novy Mir. El editor de la revista reconoció de inmediato el valor de la historia y se la llevó al propio Khrushchev, quien dio permiso para la publicación de Un día en la vida de Ivan Denisovich.
La recepción fue asombrosa. Un testigo presencial escribió: «El simple hecho de caminar por Moscú en ese momento era emocionante, había multitudes de personas en cada quiosco de periódicos; todos, pidiendo el mismo diario agotado». Nunca olvidaré a un hombre que no podía recordar el nombre de la revista, y estaba preguntando por «el que usted sabe, el que imprime toda la verdad«; y la vendedora entendió lo que el hombre quería decir».
La identidad del autor pronto se hizo conocida, y cientos de cartas llegaron de ex prisioneros del campo que, como Solzhenitsyn, habían superado las probabilidades, y sobrevivido. Solzhenitsyn pronto concibió la idea de utilizar sus historias y recuerdos para escribir un trabajo más completo sobre los campos. Sin embargo, el «deshielo» cultural se convirtió rápidamente en un «congelamiento», y la policía secreta soviética comenzó a acosar a Solzhenitsyn incesantemente.
El, sin embargo, sintió el deber moral de escribir lo que eventualmente se intitularía El archipiélago de Gulag. Solzhenitsyn tenía que trabajar en secreto y pasar partes de este enorme manuscrito de una secretaria clandestina a otra, para preservarlo. Finalmente el escrito fue sacado del país, de contrabando, y publicado en Francia. Desde allí, se tradujo rápidamente a muchos idiomas; y el mundo entero supo la verdad sobre la enormidad de los crímenes soviéticos.
Es fácil concebir a Solzhenitsyn como, simplemente, el autor de una poderosa exposición política, en dos volúmenes. Sin embargo, tal punto de vista sería pasar por alto el verdadero poder y el significado de sus escritos, ya que él no solo nos dijo cuán terrible era el sistema de campamentos soviéticos, sino que nos explicó por qué ese sistema estaba terriblemente equivocado.
Durante su permanencia en el archipiélago, Solzhenitsyn había rechazado lenta pero enérgicamente el marxismo de su juventud y había abrazado la fe cristiana. Esta conversión no se logró, sin embargo, sin una gran cantidad de sufrimiento personal y una cantidad aún mayor de reflexión personal.
El marxismo afirma que algunos grupos y clases de seres humanos son buenos y otros malos, por lo que, para perfeccionarse, la humanidad debe aislar y eliminar a las personas malas. Solzhenitsyn se dio cuenta, en cambio, de que la línea divisoria entre el bien y el mal se encuentra dentro de cada corazón humano individual y único.
La posición marxista argüía, así, que la humanidad se perfeccionaría a través del progreso inevitable de la historia mundial. Pero, si la línea divisoria está dentro de todos los corazones humanos, entonces solo es posible una mejora limitada en esta vida, y la degeneración siempre es igualmente posible. Parece que la posición marxista debe ser rechazada, porque pasa por alto la realidad del pecado original.
Más aún, la conciencia cristiana fuerza a los seres humanos a intentar justificar sus actos; y los roe, o incluso los devora, si no pueden encontrar tal justificación. Los marxistas, sin embargo, proveyeron a sus partidarios no con conciencia, sino con una ideología que justificaba los actos malvados en nombre de un fin inalcanzable. Tal justificación ideológica empujó a los marxistas más allá del umbral normal de la maldad e hizo que la destrucción de millones no pareciera abominable o impensable, sino necesaria y aceptable.
El marxismo no solo mal-entendió el origen del mal, sino que también mal-entendió lo que se debe hacer con sus efectos — con el sufrimiento. Solzhenitsyn se dio cuenta de que, si bien no había una correlación entre aquello de lo que él y los demás presos políticos en los campos habían sido acusados, y lo que se les hizo sufrir, los cristianos dentro del archipiélago —al menos los mejores de ellos— aprendieron a que el sufrimiento fuera redentor; es decir, aprendieron cómo convertir su sufrimiento en una penitencia continua derivada de una confesión continua.
Desde allí, podían recurrir al ascenso espiritual a través de lo que Solzhenitsyn solía llamar «autolimitación». En sus últimos años advirtió a Occidente —en su discurso en Harvard, que obtuvo el Premio Nobel— que el «mundo libre» estaba abrazando una esclavitud materialista propia. Ese proceso está hoy mucho más desarrollado que durante la vida de Solzhenitsyn.
Tal autolimitación comienza a sonar muy parecida a la autolimitación de Cristo, quien no se aferró a la igualdad con lo ilimitado, sino que se auto-limitó y se convirtió en humano, aceptando la forma humana y el sufrimiento humano, y ofreciendo, así, la misericordia divina.
Aquí hay hoy una lección especial para nosotros —porque estas son verdades profundas que Solzhenitsyn descubrió para nosotros y que deberían gobernar cada régimen —cada vida humana.
Sobre el Autor; Artículos más recientes: Douglas Kries es profesor de filosofía en la Universidad Gonzaga en Spokane, Washington. Es el coautor, junto con Brian Clayton, de Two Wings: Integrating Faith and Reason (Ignorius Press, 2018).

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